Ángela Orrego es la excomandante de las FARC más antigua con vida. En la selva colombiana tenía a su mando unos cincuenta combatientes. Hoy, dirige la primera organización de desminadores surgida de un acuerdo de paz.
«Ser mujer tiene sus retos y la verdad es que ejercer liderazgo siendo mujer implica tal vez un doble esfuerzo. ¡Pero se logra!», lanza desde su metro y medio de estatura.
De frágil figura, Ángela sobrevivió 34 de sus 50 años en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Aunque entregó el fusil como otros 7.000 guerrilleros después del acuerdo de paz firmado el 24 de noviembre de 2016, sigue siendo una líder de armas tomar.
En vísperas del tercer aniversario del histórico pacto, ella libra otra batalla: ayudar a quitar las minas antipersona que convirtieron a Colombia en el segundo país más afectado del mundo por estos explosivos, después de Afganistán.
Ángela dirige la organización de desminado Humanicemos DH, con oficinas en Bogotá y una base de entrenamiento que está en una zona especial de reincorporación a la vida civil para los excombatientes, llamada Agua Bonita, en el municipio La Montañita (sur).
– «Flagelo» del conflicto –
Motivada exclusivamente por su nueva «misión», aceptó hablar con AFP.
Hasta ahora, solo había dado cuatro entrevistas y fue en la época de las conversaciones de paz en Cuba. Como parte de la Comisión de Género, veló por el respeto a la igualdad dentro del acuerdo.
Financiada por Naciones Unidas y la Unión Europea, la ONG que Ángela ayudó a fundar ha capacitado desde el año pasado a un centenar de veteranos de las FARC para desactivar estos explosivos, que algunas veces ellos mismos sembraron.
«Las minas son un flagelo, un azote producto del conflicto», lamenta. Fueron sembradas en 31 de los 32 departamentos del país por todos los actores de un conflicto fratricida de más de medio siglo: guerrilleros, paramilitares, fuerzas estatales. Desde 1985 han dejado casi 12.000 víctimas, el 20% mortales.
Estos explosivos siguen siendo usados por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última rebelión activa, y disidentes de las FARC que se marginaron del acuerdo. También son empleados por los narcotraficantes para «proteger» las plantaciones de marihuana y de la materia prima de la cocaína.
– La opción armada –
Ángela nació en una familia pobre de ocho hijos en Urabá, una estratégica región donde confluyen los departamentos de Antioquia, Córdoba y Chocó.
«Mis padres eran comunistas, acosados por sus ideas», recuerda, evocando desplazamientos y separaciones familiares. En esa misma zona ingresó a la guerrilla marxista a los 14 años.
Sin dinero para pagar sus estudios, acudió a las FARC. Dos de sus hermanos ya estaban allí, así que conocía a los rebeldes. Un líder la invitó a unirse a sus filas. «No tenía nada más que ofrecerme, luego me pidió perdón».
Operadora de radioteléfono, luego enfermera de combate, «atendía a los compañeros, pero también a los militares retenidos». «Mi misión era mantenerlos vivos. El hecho de que fueran heridos, vulnerables, anulaba el odio», asegura.
Con 18 años, después del nacimiento de su hija criada por familiares, Ángela asumió funciones de jefe. Aunque admite haber dirigido «unos cincuenta combatientes», incluso durante enfrentamientos, dice no haber «matado a nadie» con sus propias manos.
Comandar un grupo mayoritariamente masculino «nunca fue un problema», comenta.
La rebelión tenía un 44% de mujeres y reivindicaba una proporción equivalente de jefes de rango medio. Sin embargo, ninguna llegó al alto mando o secretariado.
Surgida del acuerdo de paz, la Fuerza Alternativa Revolucionaria Común (FARC) asegura que quiere corregir ese desequilibrio en su nueva lucha como partido.
– Reconciliación –
A pesar de los retrasos en la implementación del acuerdo y de los más de 170 asesinatos de exguerrilleros desde la firma de la paz, Ángela confía en el futuro, incluso cuando está obligada a vivir con guardaespaldas.
«Todavía la sociedad no estaba preparada para el cambio», afirma la excomandante.
Pero cree que a sus compañeros les corresponde seguir aferrados a su apuesta. «Lo importante está en que estemos muy seguros (…) que el paso que dimos es el más acertado. Es muy importante en toda esta construcción de la paz».
Ángela lamenta no haber sido médica, pero quiere cumplir el sueño de «ayudar a la gente» como futura sicóloga para «allanar los caminos de la reconciliación», en paralelo con su trabajo de desminado.
En el posconflicto, dice, «la psicología juega un papel fundamental, en la medida que puede ayudar mucho (…) al diálogo, a comprender las motivaciones de las personas (y el) porqué eligieron estar allí o estar acá» en la guerra.
Fuente: AFP