Montañita, Colombia – Yeimy comienza sus mañanas de forma similar a como solía hacerlo cuando era una combatiente de las FARC-EP en las montañas de Antioquia, levantándose a las cinco de la mañana, haciendo su cama, bebiendo una taza de café y dirigiéndose para una clase temprana antes del comienzo de sus deberes militares. Solo que ahora vive en Aguabonita, uno de los 26 “Espacios Territoriales para Capacitación y Reincorporación”, zonas de tamaño de campamentos en todo el país, y la clase que toma es parte de un curso sobre gestión de calidad interna para el desminado humanitario.
Yeimy figura entre los 7.000 combatientes de las FARC-EP que entregaron sus armas a una misión de las Naciones Unidas el año pasado, como parte del acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y la organización guerrillera, poniendo fin a más de 50 años de sangriento conflicto interno. Sin embargo, el acuerdo de paz no ha sido apoyado decididamente por el pueblo colombiano.
El acuerdo inicial no recibió la mayoría de los votos en un plebiscito de octubre de 2016, forzando una renegociación apresurada y la ratificación de un acuerdo revisado por el Congreso el mes siguiente. Pero la paz en el país sigue siendo el objetivo general: para Yeimy y muchos por igual, el acuerdo es algo favorable, especialmente para aquellos que estuvieron directamente involucrados en el conflicto. Como ella señala, la mayoría de los afectados eran los pobres. “El acuerdo de paz es bueno para nosotros”, dice plácidamente.
La legislación requerida para implementar el acuerdo de paz experimentó retrasos significativos que afectaron algunos de los compromisos asumidos para reintegrar a los excombatientes. Los ex combatientes de las FARC-EP se empiezan a desesperar en los Espacios Territoriales mientras esperan una oportunidad para su reintegración. Ha habido y continúa existiendo un alto riesgo de reincidencia o vinculación con actividades ilícitas , asi que se teme que la falta de oportunidades concretas los empuje a retomar actividades ilícitas lucrativas, dejando la puerta abierta para volver inestable al país.
Como parte de un programa de asistencia individual, cada excombatiente recibe un estipendio mensual de $ 220 por dos años, pero este estipendio expirará pronto. Durante este período subsidiado, los ex miembros de las FARC-EP han recibido educación básica, se han beneficiado de programas cortos de capacitación vocacional y han participado en proyectos agrícolas, obteniendo nuevas habilidades útiles para su reincorporación. Pero los programas de reincorporación progresan lentamente, y algunos excombatientes ya han abandonado los 26 Espacios Territoriales.
Sin embargo, una corporación colectiva iniciada por ex combatientes de las FARC-EP espera cambiar la situación. ‘Humanicemos Desminado Humanitario (DH)’ es una organización humanitaria de desminado dirigida por dos mujeres, Marcela Moreno y Ángela Orrego, ambas ex miembros de las FARC-EP. En un proyecto financiado por el Fondo para la Consolidación de la Paz de las Naciones Unidas a través del Fondo Multidonante de las Naciones Unidas para el Posconflicto en Colombia, e implementado por el Servicio de las Naciones Unidas para la Acción contra Minas (UNMAS por su sigla en inglés) y sus socios, Humanicemos capacita a excombatientes en técnicas y gestión del despeje de minas. “Este proyecto es una ruta segura para lograr la reincorporación socioeconómica de los excombatientes”, explica Orrego, subdirectora de la organización.
Además de crear oportunidades para la reincorporación socioeconómica, Humanicemos DH también contribuye a los resultados del despeje de minas y la reparación a las comunidades locales, un apoyo integral para consolidar la paz en Colombia.
Para Uberley, los desafíos futuros son abrumadores, pero después de sobrevivir 26 años como un guerrero de las FARC-EP, lo ha soportado todo. Él era parte del Bloque Occidental de las FARC-EP. Con la paz y una mejor vida en mente, ahora está dedicando su vida a usar las habilidades de liderazgo adquiridas en su pasado hacia un futuro constructivo y positivo. “[…] En la guerra, todo se paga con la vida, hicimos muchos sacrificios en ambos lados, pero ahora es el momento de reconstruir y contribuir a una Colombia mejor”, dijo Uberley cuando se le preguntó cómo se siente al aceptar este desafío.
De vuelta en Aguabonita, una lluvia constante y niebla continúan descendiendo. Yeimy toma a su hijo de ocho años de la mano, quien la acompaña a revisar el trabajo de los hombres que se apresuran en el sitio de construcción para lo que será la sede regional de Humanicemos DH. Se espera que la base se inaugure a fines de junio con el inicio de cuatro ciclos de capacitación para los 80 excombatientes que constituirán la fuerza de trabajo inicial de esta organización en el marco del proyecto implementado por el Servicio de las Naciones Unidas para la Acción contra Minas.
Yeimy se encarga de revisar los toques finales, como la instalación de señales de evacuación y de oficina. Habiéndose unido a las FARC-EP cuando solo tenía 20 años, nunca antes había tenido un trabajo estable remunerado. Ahora, a través de Humanicemos, ella sueña con convertirse en gerente técnica de campo algún día. “Aquí es donde vamos a marcar la diferencia”, dice, mientras espera ansiosamente una “Colombia en paz”.
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